Alessandro Giuseppe Antonio Anastasio Volta nació el 18 de febrero mediados del siglo XVIII en la localidad de Como (Italia), en el seno de una familia aristocrática de Lombardía íntimamente unida a la Iglesia. Con semejante bagaje no es extraño que estudiara Letras Clásicas en la Escuela de Retórica de los Jesuitas de Como. Tanto maestros como familiares le presionaron para que se hiciera sacerdote o abogado. Pero a mediados del siglo XVIII había algo que llenaba de especulaciones los salones de la aristocracia: la electricidad. Y Volta, a la edad de quince años, decidió que lo que realmente quería estudiar era física.
Su pasión era tal que el 18 de abril de 1769 publicó un pequeño tratado titulado Sobre la fuerza de atracción del fuego eléctrico. En él hablaba de lo que siempre han buscado los físicos: una visión unificada de fenómenos aparentemente inconexos. En este caso, Volta formuló una visión única de todos los fenómenos eléctricos conocidos hasta entonces... con poco éxito. Volta, empeñado en descifrar la verdadera naturaleza de la electricidad, construyó poco tiempo después un generador electrostático que producía electricidad sin necesidad de frotar constantemente una varilla con un trozo de lana, tal y como se hacía entonces: lo llamó electróforo perpetuo.
Mientras, a comienzos de la década de 1780, un compatriota suyo llamado Luigi Galvani se divertía realizando experimentos en su laboratorio. Un día observó que una pata de rana diseccionada se contraía cuando era colocada cerca de un generador electrostático. Galvani, intrigado, continuó investigando este fenómeno tan sorprendente. A su nuevo vástago lo bautizó con el nombre de electricidad animal, que más tarde se conocería como galvanismo.
Los trabajos que Galvani publicó en 1791 sobre el efecto de la electricidad en la pata de esa anónima rana llamaron la atención de Volta. Siguiendo la estela unificadora de su primer trabajo científico, estaba seguro de que las contracciones de la extremidad del batracio no tenían nada de extraordinario, no se trataba de un tipo de electricidad distinta a la ya conocida. Simplemente, los nervios y músculos se comportaban como un aparato ultrasensible capaz de detectar corrientes eléctricas muy débiles, mucho más que las medibles con los instrumentos de su época. Esto le condujo a una agria polémica con Galvani, quien estaba empeñado en que se trataba de un fenómeno totalmente nuevo. Pero Volta quería demostrar su error y se embarcó en una serie de experimentos que culminaron en la invención de la primera batería eléctrica práctica, que describió en una carta dirigida a la prestigiosa Royal Society de Londres el 20 de marzo de 1800.
La base de su batería era una célula de diferentes materiales metálicos, tales como hojalata y zinc, separados por discos de cartón humedecidos y conectados en serie. Una combinación de estas células componían la batería cuya potencia dependía del número de células utilizadas: la primera, el primer generador de corriente continua de la historia, la montó con treinta de estas células. Y no solo eso, sino que Volta también logró demostrar dos cosas muy importantes: que la corriente eléctrica estaba relacionada con las reacciones químicas de los materiales por los que pasaba la electricidad y que ciertos tipos de metal eran más eficaces que otros a la hora de facilitar el paso de la corriente eléctrica a través de ellos.
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