Todo empieza con un supercontagiador y se expande a través de una red de interacciones y contactos. Se trata de la propagación contagiosa de las noticias falsas y la desinformación, es decir, información errónea que tiene la intención total de engañar.
Nicholas Rabb, estudiante de informática en la Escuela de Ingeniería Tufts es el autor principal de un estudio que bajo el título Cognitive cascades: How to model (and potentially counter) the spread of fake news intenta ayudarnos a comprender cómo se difunden la desinformación y las teorías de la conspiración para idear estrategias para contrarestarlas.
Muchos de los científicos que estudian el fenómeno de la desinformación en la sociedad adoptan para sus estudios un enfoque epidemiológico en el que la expansión de una información errónea o falsa en las redes sociales se asemeja al modo en que una enfermedad se disemina en el mundo real. La mayoría de esos modelos, sin embargo, tratan a las personas en las redes como si todos aceptaran por igual cualquier nueva creencia que les transmiten sus contactos. Lo verdaderamente interesante del trabajo de los investigadores de Tufts, es que introducen en su modelo la noción de que las creencias preexistentes de las personas pueden influir fuertemente en el modo en que estas aceptan una nueva información.
El modelo partió de una fuente institucional inyectando la información a la red, y los investigadores pudieron comprobar que si una persona recibe información cercana a sus creencias, por ejemplo, enmarcada en un nivel 5 en comparación con su creencia de nivel 6, esta tendría una mayor probabilidad de actualizar esa creencia a un 5. No obstante, si la información difiere mucho de las creencias previas del receptor, digamos que un 2 en comparación con respecto a un 6, es muy probable que esta información fuera rechazada por completo por el receptor produciendo un mayor apego a su creencia preestablecida.
Los investigadores también descubrieron que otros factores, como la presión social o el nivel de confianza en la fuente, pueden influir del mismo modo en cómo las personas actualizan sus creencias. Es de esta manera que el modelo en red de las interacciones de toda la población proporcionaría una imagen más real del poder de propagación y permanencia de la información falsa.
Con el tiempo, según defienden los investigadores, el modelo puede volverse más complejo para reflejar con precisión lo que sucede en el terreno. “Se está convirtiendo en algo demasiado evidente, la simple transmisión de información fáctica no es suficiente para tener un impacto en la mentalidad del público, particularmente entre aquellos que están encerrados en un sistema de creencias que no está basado en hechos”, declara Lenore Cowen, profesora de ciencias de la computación de Tufts y coautora del paper publicado en PLoS ONE.: “Nuestros esfuerzos para incorporar en nuestros modelos nuevas perspectivas y variantes que influyen en la mecánica de la desinformación en la sociedad podría ayudarnos a llevar la conversación pública de vuelta a los hechos y la evidencia”, sentencia. El problema apremia.
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